martes, 25 de septiembre de 2012

DESTRUCCIÓN DE LA MEMORIA


Por Luis Mª Martínez Garate, en Diario de Noticias
La demolición del sistema defensivo del Reino de Navarra durante la etapa de la conquista, entre 1512 y 1530, fue, sin duda, un modo expeditivo para lograr su rendición. Pero más allá de esta consideración bélica, la aniquilación de castillos y murallas tiene una lectura más profunda. De este asunto se trató en Aoiz en la sesión del III Congreso de historiadores de Navarra dedicada aLa destrucción de los castillos.
La red de fortalezas de Navarra tenía una función que iba mucho más allá del simple sistema defensivo. Cumplía misiones simbólicas y efectivas relacionadas con la política territorial del Estado, con la delimitación de su espacio y su administración a todos los niveles. Desde los grandes castillos como Tiebas, Marcilla y tantos otros, hasta los simples palacios de Cabo de Armería, pasando por sencillas torres que ejercían labores de vigilancia y comunicaciones entre cualquier punto del reino y su capital, formaban una red jerarquizada que organizaba el territorio y daba base material al Estado. Su desmantelamiento suponía destruir no solo el sistema militar de organización del reino sino, principalmente, la legalidad vigente, su orden civil, el control sobre su territorio. Y sustituirlo por una legalidad ajena, impuesta, un sistema subordinado y aniquilador del propio.
Jokin del Valle afirmó que, según la convención de la Unesco, "somos el paisaje". Y añadió: "los castillos constituyen un elemento especial del paisaje, por su ubicación llamativa y constituir elementos militares y de poder". Con el tiempo, los paisajes de las poblaciones que albergaron el sistema defensivo navarro fueron cambiando y sus habitantes se resignaron al cambio. Al principio todo les resultaría extraño. Por supuesto, la nueva forma de gobernar, pero también el paisaje con un castillo derruido primero y, poco a poco, por la fuerza del tiempo y la erosión de la historia, desaparecido. La memoria que podía tener cada pueblo de pertenencia a un Estado independiente, con su sistema político soberano, se fue diluyendo.
El paisaje es "depósito de memoria", según expresó Joseba Asirón en la misma sesión. Y el paisaje cambia. A veces espontáneamente, pero en muchas otras ocasiones de manera inducida. Esto es lo que sucedió en la Alta Navarra tras los hechos bélicos y de ocupación reseñados. En la mayor parte de Europa, comenzando por nuestros países vecinos, España y Francia, y otros más lejanos como Escocia, han mantenido sus castillos como elemento de continuidad del paisaje, y de memoria por lo mismo; los han convertido en elementos de atracción cultural y turística con sus correspondientes centros de interpretación, museos, lugares de venta y promoción de libros, recuerdos, etcétera, siempre con referencia contextualizada al lugar correspondiente.
De los castillos destruidos en la época de la conquista queda la memoria en la toponimia y en las crónicas históricas de su destrucción, pero en el lugar donde cumplieron su misión no existe ninguna referencia. Existen otros casos, como el de Xabier, donde se mantuvo el castillo, pero en el que se ha perpetrado una tergiversación total de su sentido histórico. Han olvidado su función como castillo de una de las principales familias del reino independiente y resistente a la ocupación. Lo han reconvertido en una basílica de culto religioso, de dudoso valor estético, tras destruir su torre mayor, según explicó Pello Iraizoz.
Para los que sufrieron la conquista y sus inmediatos sucesores la desaparición de los castillos fue una auténtica humillación, pero seguían existiendo sus ruinas. El paso del tiempo borró estas huellas, el paisaje fue cambiando, allanándose como la memoria de los agravios recibidos en la conquista. La memoria sobrevivió, en gran parte gracias a la transmisión oral de las vivencias de los hechos y de los permanentes agravios que perpetraba el sistema político impuesto tras la ocupación. Fue a finales del siglo XIX, con la constitución de la Sociedad Eúskara de Navarra y la posterior Comisión de Monumentos, cuando se comenzó a valorar este patrimonio y su función memorial. Recuperaron el recuerdo de lo que fue un estado europeo soberano. Significativo es que uno de los principales trabajos de Julio Altadill, fundador de la Asociación Eúskara, fueran tres volúmenes dedicados precisamente a los castillos de Navarra.
El mantener y transmitir la memoria de las injusticias sufridas es un elemento emancipador. El olvido y tergiversación que provocan quienes controlan los resortes del poder y los medios de educación y propaganda en nuestro país, tiene una intención política clara: convertir una nación, orgullosa de su patrimonio e historia, en una sociedad mansa e integrada en su sistema imperial. Su puesta en valor es una tarea necesaria para recuperar nuestra dignidad y afrontar el futuro con decisión y optimismo.

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