sábado, 20 de abril de 2013

ARTE MUDÉJAR CERRADO A CAL Y CANTO EN EL CASTILLO

La sala de las yeserías mudéjares del Castillo de Olite permanece sin acceso al público desde hace casi dos décadas. Oculto tras un candado, un mural de diez paneles adornados con lazos, formas geométricas y motivos vegetales, constituye un extraño ejemplo en Navarra del arte con el que los musulmanes decoraron sus mejores palacios en Granada, Córdoba o Zaragoza. En la cámara olitense, el rey Carlos III quiso coleccionar trocitos de esta práctica afiligranada, exótica en estas tierras, demostración de un arte supremo que se extendió desde Damasco hasta el sur de Europa. Si restamos la famosa arqueta de Leire y algunos capiteles de la mezquita de Tudela, pocas muestras como las de Olite ilustran el trabajo de la civilización islámica en el reino pirenaico. Y a pesar de su exclusividad ningún visitante las ve. Nadie saca provecho de este atractivo encerrado a cal y canto.

          Hace aproximadamente cinco años, el Gobierno de Navarra restauró los raros paneles, reparó los lazos, sus hexágonos y la orla geométrica que rodea un conjunto que hasta la reconstrucción del Palacio había permanecido a la intemperie, desprotegido por siglos y prácticamente colgado en un muro que se sostuvo de milagro tal y como atestiguan fotografías antiguas.

    Los reparadores del siglo XXI limpiaron los yesos, borraron algunos grafitis que habían grabado visitantes poco atentos y dejaron lista la sala para su exhibición pública. Hubo quien planeó colocar un metacrilato para conservar las planchas e incluso idearon un sistema de espejos que, sobre un fondo azul oscuro, resaltaba los estucos convenientemente alejados del observador insensible. Nada ha tenido efecto práctico. Los yesos siguen enclaustrados pese a que desde el sector turístico del pueblo se ha solicitado que la reapertura sería un buen reclamo de visitantes en tiempo de crisis económica.

             Precisamente hace ahora 90 años, la Diputación Foral de Navarra, el gobierno ejecutivo de la época, convocó un concurso internacional de arquitectos para reconstruir uno de los alcázares emblemáticos de la monarquía navarra. Desde entonces, poco a poco y por etapas, el castillo resurgió de las cenizas hasta que en 1956 se acometió el rescate de las yeserías. La decoración mudéjar no era ni mucho menos la única que adornaba el Palacio. La hubo obra de maestros franceses, navarros o judíos. Sin embargo, milagrosamente la morisca fue la que mejor aguantó los avatares del tiempo.

      En una cámara adosada a la que hoy conocemos como la torre del Homenaje se mantienen todavía estos frisos que, posiblemente, pertenecieron a un ornamento de mayores dimensiones. En los dibujos se observan lazos combinados con vegetación, parecidos a los que hay en la Aljafería de Zaragoza, la Alhambra o los palacios cordobeses de Al-Zahra. Entre las cenefas de Olite destacan unas hojas de castaño, divisa del rey Carlos III de Eveux, como ha interpretado Javier Martínez de Aguirre en su libro “Arte y Monarquía en Navarra 1328-1425”.

          En el trabajo que para pedir la reconstrucción del Palacio escribió en el siglo XIX Iturralde y Suit, así como en la memoria del concurso para la reconstrucción que  ganaron los hermanos Yárnoz Larrosa, también aparecen los peculiares yesos como complemento de una lujoso aderezo del que no son más que una migaja que conservó el tiempo.

          Las habitaciones de Olite, por ejemplo, estaban rodeadas de zócalos de madera tallada, de azulejos de colores o cerámicas vidriadas que formaban vistosas combinaciones. La parte superior de los muros lucía revestida de pinturas y de ella caían paños y tapices. Los techos mostraban vigas labradas y detalles dorados. En la cámara de la reina pendían múltiples discos de cobre colgados de cadenitas que el viento tintineaba.

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